Por Javier Fernández-Río

Universidad de Oviedo 

La sociedad actual vive inmersa en una gran paradoja: por un lado, promueve una competición exacerbada entre todos nosotros por destacar y obtener los mayores logros / beneficios sin importar a quién “dejamos en el camino”; pero, por otro, nos invita a colaborar los unos con los otros para alcanzar esos rendimientos (evidentemente a costa de otros grupos de personas, o incluso de algunas del propio que no “avanzan”). 

Nuestra labor básica como docentes es ayudar a crear ciudadanos que puedan mejorar la sociedad en la que viven, haciéndola más humana y cooperativa, y la educación física no puede quedarse al margen de este importante objetivo, porque además aporta un “ingrediente” que ninguna otra área puede aportar: la motricidad. 

Así, es imprescindible “cooperativizar” la clase de educación física para que todos los estudiantes, no solo los más hábiles, puedan disfrutar, aprender y crecer como mejores personas, y para ello es necesario que los docentes conozcan a fondo el aprendizaje cooperativo.

Desafortunadamente, desde hace ya muchos años, éste suele confundirse con el trabajo en grupo y con el trabajo colaborativo. El aprendizaje cooperativo va mucho más allá, y de manera muy simple ha sido definido como “el empleo de grupos reducidos en los que los alumnos trabajan juntos para maximizar su propio aprendizaje y el de los demás”.

Cuando un docente se plantea implementar este modelo pedagógico en sus clases debería tener tres objetivos claros en mente: 

1.

Desarrollar la cohesión en el grupo-clase (que ayudará a que todos los estudiantes se sientan incluidos en la misma y quieran participar), 

2.

Crear un clima de clase orientado a la tarea (a hacer las cosas cada vez mejor sin pensar en superar o ser mejor que nadie en la clase) 

3.

Promover los aprendizajes en todos los ámbitos no solo el social (el académico o motriz y el afectivo también pueden / deben ser desarrollados). 

Cambiar la “dinámica competitiva” de la clase de Educación Física no es sencillo. Por eso, se recomienda que el aprendizaje cooperativo se comience a implantar al comienzo del curso escolar después de las vacaciones de verano. 

En ese momento, cuando se comienza a gestar el “clima de clase”, es cuando el docente puede cambiar esa “dinámica competitiva” y poner las bases para un funcionamiento más “cooperativo” de la clase (o menos competitivo). Solo así podrá crear una cohesión adecuada entre todos los miembros de la clase que ayudará a desarrollar un buen funcionamiento de la misma, incluso en unidades posteriores donde la competición (no la eliminación) ya esté presente.

Descubre un poco más en el siguiente vídeo…